La urgencia de humanizar(nos) en un mundo digital
Jacqueline Pelus
“Alguien debió conservar y cuidar con amor este jardín de gente,
eso es lo que nunca será.
¿Cómo harás para ver y aliviar el dolor en el jardín de gente?
Algún acuerdo en tu alma tendrás”.
Luis Alberto Spinetta
Ya no es novedad la adicción a las redes sociales. Pensamiento y lenguaje se hipertecnologizan al mismo tiempo que se debilita el tejido social. Nos proponemos reflexionar sobre formas actuales de ser y estar con el propósito de aproximarnos a la comprensión de un fenómeno global: el espectáculo de la violencia. La perplejidad que nos provoca invita a detenernos y observar, identificar algunos elementos, auscultar su trama, por momentos ensordecedora, y avanzar en el análisis.
Si la violencia es inherente al acto inaugural de la vida podríamos concebirla parte de un proceso de apertura, el advenimiento de otros modos posibles de relacionarnos con el mundo. La escuela es llamada a reinventarse. El binomio violencia escolar merece ser revisado a la luz de una sociedad digital. Nuevos escenarios, nuevos sujetos, nuevas legalidades. La escuela como lugar de reinvención del espacio público insiste en la construcción de un mundo más equitativo.
El avance tecnológico
El nuevo milenio está gestando niños que en su precoz desarrollo son diagnosticados con diversos trastornos: del lenguaje, del aprendizaje, de la atención, de las habilidades sociales, de las habilidades escolares, que afectan la comunicación, el aprendizaje y la participación social. Trastornos del neurodesarrollo que no siempre son atribuibles a causas genéticas o lesiones cerebrales, sino que se conforman en relación con el entorno social y familiar. Entornos que no logran configurar un ambiente facilitador, concepto acuñado por el pediatra y psicoanalista Donald Winnicott.
La atención, por ejemplo, no es solo una habilidad cognitiva, sino que se construye en relación con otro. Pensemos en el acto de amamantar y el rol que juega allí la mirada de la madre: como investimiento libidinal, como lugar de encuentro, como sostén. El psicoanalista Evelio Cabrejo Parra dice que el primer libro de un niño es el rostro de su madre. Dónde está puesta hoy la mirada sino en las pantallas de los celulares. Basta viajar en un transporte público para confirmar nuestra respuesta. Si algo nos enseñó la pandemia de COVID-19 es que la virtualidad no puede reemplazar la mirada.
Vayamos a la escuela. La intrusión de celulares en las aulas, principalmente en el nivel secundario, aún no logra ser regulada, incluso por normativas gubernamentales como la Resolución N°2024-2075 emitida por el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires en agosto de 2024. La fragmentación es inminente. El proceso de enseñanza y aprendizaje se ve interrumpido de forma continua sumado a los efectos que provoca el ciberacoso en niños, niñas y adolescentes, práctica que va en aumento y pone en riesgo la integridad física y psicológica de los menores.
En los mares asfixiantes de la era digital, asistimos al anestesiamiento de los sentidos. Incluso del tacto y de la vista que se disfrazan de protagonistas. Tuvimos que atravesar una pandemia para advertir que la tecnología es un medio, no un fin. Hace unos diez años estaba en un aula de sexto grado y un alumno me preguntó la hora. Le dije que no sabía. Insatisfecho con mi respuesta, insistió: “¿No tenés celular?”. Le respondí que lo estaba cargando y el niño concluyó: “No tenés vida”.
La corrosión de lo público
En busca de un análisis del fenómeno de la violencia escolar creemos importante reflexionar sobre la cultura contemporánea ya que a través de ella se transmiten valores e ideales que servirán de modelo identificatorio a infancias y adolescencias. En la sociedad de la transparencia, dice el filósofo Byung Chul-Han, la comunicación alcanza su máxima velocidad. La mutilación del lenguaje es inminente. Los audios de voz pueden acelerarse. Stickers y emojis desplazan a la palabra. Lo visual se impone como un modo de conocer el mundo. No se trata de compartir sino de exponer. Las redes degradan el ser a una mercancía, somos objetos de intercambio y consumo. Tomamos fotos de nosotros mismos por nosotros mismos. Arribamos al espectáculo de la mismidad. ¡Oda a Narciso!
“La tiranía de la intimidad lo psicologiza y personaliza todo. Tampoco la política se le sustrae. Los políticos no se miden por sus acciones, y esto engendra en ellos una necesidad de escenificación. La pérdida de la esfera pública deja un vacío en el que se derraman intimidades y cosas privadas. En lugar de lo público se introduce la publicación de la persona. La esfera pública se convierte con ello en un lugar de exposición. Se aleja cada vez más del espacio de la acción en común” (HAN, 2021).
La tecnologización de la vida cotidiana necrotiza el tejido social. Mutamos hacia una sociedad fantasmal. Los límites entre la realidad y la fantasía son cada vez más difusos. Al modo de un cuento fantástico la trama social se resquebraja para dar paso a una perturbadora pérdida de la realidad. ¿Qué sujeta a un cuerpo para no ser succionado por la pantalla? ¿Qué lo constituye como un nosotros? A la luz de un avance mundial de la extrema derecha de tinte fascista debemos pulir la pregunta: ¿Qué nos enlaza al espacio público entendido como bien común? En este punto advertimos que identificarnos a un opresor también conformaría un nosotros, incluso bajo el postulado “las fuerzas del cielo” o “la gente de bien”.
La precarización del lazo social
La multiplicación de las redes sociales en los últimos años (Facebook en 2004, YouTube en 2005, Twitter en 2006, WhatsApp en 2009, Instagram en 2010, TikTok en 2016) contribuyó paradójicamente a un mayor aislamiento. Los perfiles configuran patrones de conducta en los usuarios de acuerdo con los modos de interactuar y los contenidos a consumir. En la sociedad de la selfie las redes sociales funcionan como un ramillete de espejos. Resulta urgente rescatar al otro en su alteridad, descubrir el rostro del avatar.
El ciberespacio trajo consigo plataformas para desarrollar la autoexplotación. La pantalla devora las horas, los días, las vidas, como si fuéramos protagonistas de un video juego. A mayor cantidad de reproducciones mayores dosis de dopamina. Los celulares son actualmente el opio de los pueblos. Las pantallas paralizan el cuerpo, lo capturan, lo enajenan. Conectado y desconectado parecen los términos de una terapia intensiva. ¿A qué tipo de muerte estaremos asistiendo en la era digital?
¿Cuáles son nuestras ofrendas de intercambio para no ser devorados por las fauces de la red? La cibernética tracciona hacia el distanciamiento del otro, aunque parezca aproximarnos. Cada uno en su corral. Pero sin otro no hay lenguaje. La primera persona del plural es una condensación clara al respecto: Nosotros. No somos sin otros. ¿Es posible que marchemos hacia la deshumanización de las relaciones sociales? ¿Acaso puede ser un like la afirmación de nuestra existencia?
El imperativo a gozar no deja márgenes para el silencio y la contemplación. Un entretenimiento destructivo que tapona la emergencia de la pregunta por el ser y el sentido de la vida. ¿Son factibles el ocio y el aburrimiento en este capitalismo tecnológicamente salvaje? Si la vida cobra existencia en la medida en que es expuesta, quiénes somos cuando no estamos en las redes. ¿Somos reconocidos fuera de ellas? ¿Quedar fuera de las redes es quedar fuera de lo público? ¿Qué significa hoy ser parte de una comunidad?
La revuelta del yo
La cultura del consumo y del exceso, del exitismo y la inmediatez, prepara el escenario para la viralización de todo tipo de práctica que logre generar reacciones en los usuarios. Escraches y peleas de púberes y adolescentes no quedan exentos del espectáculo. El espectáculo de la violencia gana seguidores que habitan cuerpos e identidades en mutación. Para nosotros son seres humanos en desarrollo. Para el Mercado son usuarios digitales. Perfiles anónimos de una sociedad fantasmal. Plataformas digitales donde muchas veces no hacemos pie.
Cuentas de confesiones anónimas en las redes sociales cuyo contenido es la degradación del otro. Un confesionario público, desacralizado, que no parece buscar la absolución. Conflictos motivados por celos, envidia, rivalidades y resentimientos se manifiestan a través de insultos xenófobos, homofóbicos, burlas discriminatorias y peleas que se reproducen a toda velocidad. El correlato mórbido de la sociedad digital es el anestesiamiento del Eros cuya meta es producir ligazones:
“Tras larga vacilación y oscilación, nos hemos resuelto a aceptar sólo dos pulsiones básicas. Eros y pulsión de destrucción. (La oposición entre pulsión de conservación de sí mismo y de conservación de la especie, así como la otra entre amor yoico y amor de objeto, se sitúan en el interior del Eros). La meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón; la meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo. Respecto de la pulsión de destrucción, podemos pensar que aparece como su meta última transportar lo vivo al estado inorgánico; por eso también la llamamos pulsión de muerte” (FREUD, 2006).
En el ciberacoso la agresividad es dirigida hacia el exterior. En tiempos de fragilidad social el otro resulta una amenaza a ser cancelada: “El otro como misterio, el otro como seducción, el otro como eros, el otro como deseo, el otro como infierno, el otro como dolor…” (HAN, 2020). ¿Los escraches virtuales funcionan como una vía posible para encauzar la revuelta de un yo abrumado de estímulos? ¿O son el intento de resarcir un daño sufrido en etapas previas y que ahora se actualiza en la vida entre pares? Tal vez busquen restaurar algo del orden de la ley y la identidad puestas en crisis durante la adolescencia.
Las infancias y adolescencias del siglo XXI advienen a un mundo donde la muerte y el horror se multiplican a plena luz del día: guerras, genocidios, masacres de niños, sobreexplotación de la naturaleza, pandemias, femicidios, trabajo infantil, trata de personas, pobreza. La embestida pulsional que sobreviene en el desarrollo puberal alentada por el imperativo a gozar y el espectáculo de la crueldad requiere el desarrollo de defensas, pero los diques resultan endebles, cuando los hay. En ocasiones, los videos de peleas viralizados en las redes reproducen la cultura del entretenimiento donde, más allá de un ganador que será reconocido y un perdedor que será humillado, se busca el reconocimiento de los espectadores. Frente al aburrimiento, el escrache como diversión. El filósofo Byung Chul-Han señala que lo que caracteriza a la sociedad contemporánea es la desaparición del sentimiento de pertenencia:
“La apatía y la indiferencia, unidas a una infantilización de la sociedad cada vez mayor, hace que sea muy improbable una actuación colectiva. El mundo globalizado no está habitado por singularidades que plantean una resistencia colectiva decidida contra el imperio, sino por egos aislados en sí mismos, que se comportan de un modo antagonista entre ellos. Todos aquellos que están integrados en el proceso de producción capitalista son víctimas y verdugos a la vez. Y cuando la víctima y el verdugo coinciden ya no es posible resistencia alguna” (HAN, 2022).
La narcotización del pensamiento y la sensibilidad que está provocando el tecnocapitalismo reduce al mínimo la capacidad de metaforizar la agresividad puesta en juego en el encuentro con el otro representado como una amenaza. Los procesos de simbolización están siendo dañados no logrando constituirse como defensas psíquicas que logren encauzar los estímulos provenientes del interior. Son subjetividades en riesgo expuestas al impacto de la realidad ya que no encuentran otro modo de enlace que el de la agresión. La violencia siempre denuncia una orfandad ética y simbólica para tramitar el malestar en la cultura. La vida en tiempo presente horada el lazo social. La indiferencia frente a esto también es una de las formas de la crueldad.
La sociedad de la inmediatez produce la ilusión de un mundo al alcance del pulgar. El mismo pulgar que chupamos en la infancia cuando aún no había palabra. Necesitamos recuperar el hilo de Ariadna. En la ceremonia de apertura de la 49° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires celebrada el 24 de abril de 2025, el escritor y ex director de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, habló de la vergüenza como índice de salud: “La vergüenza es un sentimiento diferente de la pena, la risa, la lástima, que experimentamos sin temblores de responsabilidad. Porque la vergüenza tiene que ver con la responsabilidad, lindante con la culpa. (…) Mientras sintamos vergüenza habrá esperanza para todos y cada uno”.
Un pacto para vivir
—Tía, háblame; tengo miedo porque está muy oscuro.
—¿Qué ganas con eso? De todos modos, no puedes verme.
—No importa, hay más luz cuando alguien habla.
Sigmund Freud
De acuerdo con el reciente Protocolo Escolar ante Situaciones de Violencia Digital aprobado por el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aire: “Se entenderá por violencia digital a cualquier acción o conducta ejercida a través de medios tecnológicos (como redes sociales, correos electrónicos, plataformas de mensajería o sitios web) que tenga como propósito acosar, intimidar, humillar, discriminar, difamar o vulnerar los derechos de una persona” (DGEGE, 2024). Toda vez que la escuela tome conocimiento de un presunto hecho de violencia digital entre pares, ocurridos o no en el ámbito escolar pero que repercuten en los vínculos escolares, el Equipo de Conducción, los docentes a cargo del grupo y el Departamento de Orientación Escolar deberán conversar con los estudiantes involucrados sobre lo acontecido, convocar a las familias o adultos responsables con el propósito de generar espacios de diálogo con el mayor nivel de reflexión posible.
La escuela se encuentra frente al desafío de sostener el lugar de “la puesta de límites y la construcción de legalidades” (BLEICHMAR, 2012). Son tiempos turbulentos los que hoy nos toca vivir como sociedad y los docentes nos encontramos trabajando a diario con infancias y adolescencias, en ocasiones muy dañadas, con el compromiso ético de resistir el avasallamiento de la crueldad a propósito de generar un ambiente facilitador para la enseñanza y el aprendizaje a través de una convivencia armónica. Difícil tarea la de lograr armonía donde impera la injusticia social. “Esa sensación de cabalgar las olas, de navegar por mares inquietos e inquietantes es propia a los oficios que damos en llamar oficios del lazo, oficios del acompañamiento” (FRIGERIO, 2017). En agosto de 2024 el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires emitió la Resolución N°2024-2075 que establece pautas para la regulación del uso de dispositivos digitales personales en los establecimientos educativos de la Ciudad. El documento señala la importancia de la escuela como “uno de los lugares de encuentro más importantes dentro de la comunidad, en la que las y los estudiantes construyen vínculos, conviven con pares y con adultos y generan lazos de pertenencia y de participación social a través de diversas prácticas, que incluyen contención, escucha y generación de vínculos de confianza”.
La irrupción cotidiana de situaciones de ciberacoso denunciadas por familias y/o estudiantes en la escuela nos obliga a pensar una pedagogía en los márgenes, en las fronteras. Si “donde el lenguaje se detiene, lo que sigue es la conducta” (DOLTO, 1973), debemos ubicar allí una gramática de la violencia. Prevenir, identificar y abordar conflictos entre pares requiere la presencia de adultos con una escucha atenta y reflexiva. De acuerdo a la Ley N°223 sobre el Sistema Escolar de Convivencia en la Ciudad de Buenos Aires, la Rectoría de cada escuela convoca a un Consejo de Convivencia conformado por: representantes de profesores/as, asesores/as pedagógicos/as, psicóIogos/as, psicopedagogos/as, representantes de preceptores/as, representantes de alumnos/as, Centro de estudiantes y representantes de padres, madres o tutores/as para tratar situaciones de transgresión de acuerdo a las normas de convivencia del establecimiento educativo en el marco de los principios establecidos por esta ley. Entre otras funciones, dicho órgano colegiado tiene la función de “promover la creación de otros organismos de participación, tales como consejos de curso, tutorías u otras modalidades que se consideren convenientes para el tratamiento y resolución de los conflictos”.
En la sociedad de la inmediatez la escuela propone detenernos para analizar y reflexionar. Frente al espectáculo de la violencia, promovemos el diálogo. Si una historia de vida dañada no encuentra otro camino que el de la repetición la escuela brindará herramientas para transformarla. Cuando infancias y adolescencias se encuentran vulneradas en sus derechos, la escuela es un refugio posible con adultos disponibles para la escucha y la construcción de nuevas legalidades. Legalidades que no son arbitrarias, sino que permiten generar acuerdos y compromisos. Cuando todo queda expuesto el desamparo es inminente. Somos responsables como comunidad de preservar el derecho a la intimidad. Pensemos en el recuerdo, ese acto íntimo que poco a poco va siendo tecnologizado a través de plataformas que nos recuerdan sucesos de nuestra vida privándonos de una elaboración singular de la memoria y el olvido.
Creer y crear
“La violencia es producto de dos cosas:
por un lado, el resentimiento de promesas incumplidas y, por el otro,
la falta de perspectiva de futuro”.
Silvia Bleichmar
En tiempos de hostilidad nos convoca la tarea de humanizar. El diálogo no puede ser reemplazado por ninguna tecnología. Un diálogo que invite a quedarse. Un diálogo que dé sentido a la obligatoriedad de encontrarnos. Un diálogo que en tiempos de robotización anime la sensibilidad por la vida. Un diálogo interesado en “escuchar, comprender, traducir, interpretar e intervenir” (FRIGERIO, 2017). Si en la sociedad digital las redes y los juegos on line funcionan como un analgésico de rápida acción para el malestar en la cultura, los adultos tenemos la responsabilidad de ofrecer un reparo donde infancias y adolescencias puedan tramitar los miedos y la violencia, transformarlos en otra cosa. Sin amor no habrá renuncia pulsional. Sin renuncia no habrá deseo.
Recuerdo una campaña publicitaria de snacks, lanzada en 2008, cuyo eslogan era: “Que vuelvan los lentos”. Hoy parece la antesala de lo que Han luego llamaría la sociedad del rendimiento. Somos empujados a actuar, a reaccionar, a percibirnos según los estereotipos de belleza que el mercado ofrece, a cuidar nuestro cuerpo a partir de consejos de influencers, a ser hablados por un software, en fin… Que vuelvan los lentos, que el encuentro con el otro detenga el tiempo. Un tiempo para habitar la intimidad, la exploración, el asombro, el juego, la invención, la poesía, el encuentro con los otros y con la naturaleza. Junto con los clubes de barrio, los talleres de murga y artes, los programas de orquestas infantiles y juveniles, eventos deportivos y culturales, tenemos que batallar el asalto a nuestra capacidad de crear. Sin creación no hay transformación.
Si “la sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual” (HAN, 2021), si la diferencia se reduce al mínimo, si el Mercado nos homogeneiza como consumidores, los adultos debemos recuperar la asimetría respecto de infancias y adolescencias, si el placer inmediato se convierte en la medida de las cosas, escuela y familias tenemos la responsabilidad de construir un porvenir:
“Los seres humanos tienen que sentir que lo que hacen tiene algún sentido que excede a la autoconservación (…) Tenemos que terminar con esta idea que les planteamos a los chicos de que el único sentido de conservar su vida es para que trabajen y sobrevivan: el sentido de conservar su vida es para producir un país distinto en donde puedan recuperar los sueños. Y la escuela es un lugar de recuperación de sueños, no solamente de autoconservación” (BLEICHMAR, S. 2012).
Sin perspectiva de futuro no hay renuncia al goce inmediato. Tarea titánica la que tiene hoy la escuela pública donde recibimos infancias y adolescencias que han perdido la esperanza, que se encuentran abatidas por la injusticia, que no encuentran otro modo de presentarse que el de la agresividad. Infancias y adolescencias en estado de alerta. Son nuestros estudiantes en riesgo de quedar, una vez más, por fuera de toda legalidad quienes nos convocan a pensar en los márgenes. Es afuera de la escuela donde acontecen las peleas que filman y suben al ciberespacio donde se multiplican los agravios. ¿A dónde van los desamparados sino al choque de una cultura que los devuelve a los márgenes? Cabe recordar que la historia de la literatura infantil imaginó el desamparo bajo la forma de niños perdidos en un bosque (Caperucita Roja, Hansel y Gretel, Pulgarcito, Blancanieves, entre otros) donde la inermidad de la infancia se potencia: allí habitan animales feroces, brujas, ogros… No hay leyes; hay peligro.
La difícil tarea de humanizarnos en un mundo digital supone la reparación del lazo con el semejante, el reconocimiento de la responsabilidad que tenemos como sociedad con el sufrimiento del otro y con el bien común. “La posibilidad de un mundo común exige, en tantas y difíciles situaciones, acercarse a lo que es colocado por fuera de lo común, lo que es acorralado como supernumerario, despreciado como resto, cuando se activó para ellos el borrador de las semejanzas del semejante” (FRIGERIO, 2017). Para ello será fundamental crear vínculos de confianza entre estudiantes y docentes, así como entre pares habilitando la construcción de nuevas identidades, generando espacios de pertenencia y participación, en vías de propiciar la aceptación de una renuncia individual en pos de una conquista colectiva. Renuncia que conlleva una pérdida de goce. ¿Qué significa perder en un sistema tecnocapitalista? ¿Cuánto de la pérdida está asociado a la vida? Los microorganismos son seres vivos, aunque digamos que la manzana está podrida. Donde vemos putrefacción hay vida replicándose. La pregunta es un ser vivo. En este sentido resulta insuficiente una propuesta pedagógica que no se formule preguntas.
Quisiera concluir estas reflexiones con el pulso vital de la escritora Marguerite Yourcenar: “Lo mejor para las turbulencias del espíritu, es aprender. Es lo único que jamás se malogra. Puedes envejecer y temblar, anatómicamente hablando; puedes velar en las noches escuchando el desorden de tus venas, puede que te falte tu único amor y puedes perder tu dinero por causa de un monstruo; puedes ver el mundo que te rodea, devastado por locos peligrosos, o saber que tu honor es pisoteado en las cloacas de los espíritus más viles. Sólo se puede hacer una cosa en tales condiciones: aprender”.
Licenciada en Psicología (UBA), Profesora en Enseñanza Media y Superior en Psicología (UBA) y Profesora de Educación Primaria (ENS Nº2). Docente de Apoyo Pedagógico de Educación Especial en escuelas de nivel primario y secundario. Psicóloga del Departamento de Orientación Escolar en escuelas de nivel secundario de la Ciudad de Buenos Aires.
Bibliografía consultada
- BAUMAN, Zygmunt. La educación en un mundo líquido. Buenos Aires: Paidós, 2016.
- BLEICHMAR, Silvia. La construcción del sujeto ético I. Buenos Aires: Paidós, 2016.
- BLEICHMAR, Silvia. Violencia social, violencia escolar: de la puesta de límites a la construcción de legalidades. Buenos Aires: Noveduc, 2012.
- FREUD, Sigmund. El malestar en la cultura. Obras completas. Volumen XXI. Buenos Aires: Amorrortu, 2004.
- FREUD, Sigmund. Esquema del psicoanálisis. Obras completas. Volumen XXIII. Buenos Aires: Amorrortu, 2006.
- FRIGERIO, G. KORINFELD, D. RODRÍGUEZ, C. (Compiladores). Trabajar en instituciones: los oficios del lazo. CABA: Noveduc, 2017.
- GOLDENBERG, M. Violencia en las escuelas. Buenos Aires: Grama, 2011.
- HAN, Byung-Chul. La sociedad de la transparencia. Buenos Aires, 2021.
- HAN, Byung-Chul. Topología de la violencia. Buenos Aires: Herder, 2022.
- HAN, Byung-Chul. La expulsión de lo distinto. Buenos Aires: Herder, 2020.
- MANNONI, M. La primera entrevista con el psicoanalista. Prefacio por Françoise Dolto. Buenos Aires: Granica, 1973.
- Ministerio de Educación del GCABA. Ley 223. Sistema escolar de convivencia en el ámbito de la CABA. 1999.
- Ministerio de Educación del GCABA. Pautas para la regulación del uso de dispositivos digitales personales en establecimientos educativos de la Ciudad de Buenos Aires.
- Ministerio de Educación del GCABA. Protocolo Escolar ante Situaciones de Violencia Digital.